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Nueva Babilonia (Reflexión sobre las ideologías)

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Albert Reyes

Albert Reyes
Admin

Eres de los míos, pues eres bueno: golfos y bellacos sólo están en la otra parte

La corrupción es connatural a la condición humana, especialmente en los países mediterráneos, en los que se abusa de la hipocresía social. En tiempos del catolicismo oficial, cincuenta, sesenta años atrás, era normal saltar de la pública celebración de la misa dominical a la desbordada celebración seminal en el discreto pisito de la querida. El nacionalcatolicismo, verdadero imperio de la doble moral, permitió formidables negocios a los más adictos al régimen. En teoría, la democracia era un buen antídoto contra la doble moral. Pero los partidos se convirtieron muy pronto en iglesias ideológicas. Y en lugar de confrontar modelos alternativos de gestión, se lanzaron unos a otros dogmas altisonantes. Tan grandilocuentes eran y siguen siendo nuestras disputas políticas, que los pícaros se dieron cuenta enseguida de que entonar solemnes cánticos de fidelidad ideológica era la vía más rápida para acceder a un bonito patrimonio personal.

Algunos comentaristas se frotan las manos con el caso Millet, pues confirmaría el tópico fenicio de los catalanes: el catalanismo no sería más que una mistificación de la cartera. Pero ya Roldán y compañía demostraron lo que Gürtel confirma: en una cultura fundamentalista como la nuestra, todas las ideologías son útiles para ensanchar las las carteras privadas. El fundamentalismo hispánico (presente en todas las ideologías) ya no es, por fortuna, físicamente agresivo, pero se funda en la superioridad moral. La izquierda se proclama a sí misma agente de progreso histórico y tacha de tenebrosos a conservadores y nacionalistas; cada nacionalismo se alza en nombre de la única patria digna de tal nombre y condena al fuego eterno a todo el que abandere cualquier otra emoción nacional; y los liberales a ultranza tachan de tontos y anticuados a los progres y describen como representantes del medioevo a los nacionalistas llamados periféricos. A pesar de tal furor ideológico, las políticas gubernamentales, las inspire quien las inspire, tienden al pragmatismo y acostumbran a ser ideológicamente descafeinadas, lo que no impide a los gobiernos pregonar enfáticamente los dogmas del partido y proclamar la malignidad de la oposición.

Esta manía nuestra de convertir las ideologías en sucedáneos de la religión es el mejor caldo de cultivo de la corrupción: pues no se pregunta a nadie por lo que hace, sino por lo que piensa. Eres de los míos, pues eres bueno: golfos y bellacos sólo están en la otra parte. La hipocresía y el fundamentalismo ideológico causaron grandes daños en el pasado: de la inquisición a la dictadura, pasando por la Guerra Civil. Pero en estos últimos años del cuerno de la abundancia se han limitado a construir la sucursal de Babilonia. Obras públicas, planes de urbanismo, grandes fastos culturales subvencionados… El dinero fluía a raudales y los nuevos pícaros aprendieron a forrarse protegidos por la retórica del viejo inquisidor.

http://www.lavanguardia.es/politica/noticias/20091008/53800605416/nueva-babilonia-guerra-civil-roldan.html

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